martes, 10 de febrero de 2009

Guatemala




Lo primero que me sorprendió es la poca simpatía que muestra la gente con los turistas (o al menos conmigo). Desde los papeles y los requisitos en la Embajada de Guatemala en Lima, hasta que entrando a migración, parece que el sistema no reconocía mi visa (que sólo es una estampilla con sellos en el pasaporte) y me mandaron a que me dieran el visto bueno. Un señor ahí con un ojo vizco me preguntó cuánto dinero traía, me pidió mi tarjeta de crédito, me preguntó qué conocería y en fin, me hizo un interrogatorio pormenorizado. De ahí volví con la señorita con un papel con la lista de visas otorgadas en el mundo (entiendo yo) que ni devolvió las gracias. Lo segundo que me sorprendió es que a pesar de tanta rigidez, al salir con mis maletas nadie las revisó, no hubo ni luz verde ni luz roja, ni nada, paso libre para salir a la calle. Ana está igualita, con el cabello más oscuro al natural porque ya no se ha hecho rayitos. Nos subimos con mis maletotas vacías a su auto, que es una camioneta muy chiquita, compacta, apenas cabimos. La ciudad se veía poco poblada, no vi mucha gente en las calles, ni cuando estuvimos en el centro, no sé dónde están los ocho millones de habitantes que andan supuestamente en esta ciudad. Llegamos como ya dije al restaurante Hacienda Real (ver entrada anterior), pasamos al súper y a su depa. Me sorprendió encontrar a Ana en el discurso de que el tiempo se le ha pasado ya, con lo joven, guapa e inteligente que es, eso me apenó mucho. El viernes ella trabajó todo el día, regresó a almorzar, hizo tallarines en salsa roja muy sencillos y ricos que tomamos con vinito. En la noche fuimos a un barecito que le queda a dos calles de su casa, ahí tomamos varias cervezas. Ese día sí hacía mucho frío, pero como el barecito estaba muy chiquito y con mucha gente se sentía cálido ahí. Lo malo fue que salimos con el olor del cigarrillo impregnado por todas partes. Al día siguiente, el sábado Ana tenía clase de inglés muy temprano, la esperé para irnos al centro. El centro de Guatemala no es muy bonito, pero tiene su gracia. Tiene unos portales pero no de arco, la catedral y en general todas las iglesias que vi en el viaje no son muy nutridas por dentro, sino muy sencillas, con retablos muy simples. No hay restaurantes, ni cafecitos ahí, sólo tiendas y muy poca gente. Así que caminamos un rato con un clima entre nublado y con rayitos de sol tímidos y nos fuimos al mercado que está unas calles más allá. Ahí habían miles de cosas lindas, telas, cajas, baúles, manteles, billeteras, en fin, todo lo de tela me parece precioso. Hay que regatear siempre y es un problema porque no hay noción en los precios que te dicen. Aún así, aunque luego Ana me dijo que me dejaron algunas cosas caras yo comparé con Lima y me pareció barato o similar. De ahí fuimos a un centro cultural, la Casa Cervantes. Es bonita, una casa antigua con su cafecito, pero de cultural no tenía más que una pequeña tienda poco nutrida. Pero ahí nos comimos un sándwich y una cerveza y conversamos de nuestros planes, le dije a Ana que no podía rendirse así, que tenía mucho potencial desperdiciado al que no le estaba sacando provecho. Ahí conversando me pareció por ejemplo que si quiere estudiar el Colmex sigue siendo una buena opción, pero ella dice que ese fue su sueño antes pero ya no, así que igual le sugerí que pensara en un doctorado en literatura comparada, ella tiene la formación en literatura y además sabe muchos idiomas casi a la perfección, lo cual es vital. Ojalá se anime, le conté también de mis planes de seguir estudiando. De ahí pasamos el Museo del Ferrocarril, me gustó mucho y me pareció una gran idea. Están ahí los vagones, puedes entrar y salir, subir y bajar, es divertido, varios conservan su moviliario original. Sólo los de primera clase todavía no están abiertos al público pero se les podía ver por las ventanas. Pasamos de ahí al cine, queríamos ver la película de Ensayo sobre la ceguera, pero sólo la daban a las 10pm, así que vimos Siete almas. No estuvo mal, pero tampoco estuvo del todo bien, tiene cosas un poco inverosímiles, todo es sufrir y sufrir, pero sí mantiene la atención. En el cine compramos porquerías (canchita y nachos) pero no estaban buenos y los nachos venían con una salsa de tomate y una salsa de queso feas y no eran frescos sino embolsados. No comí casi nada. De ahí nos regresamos a la casa a charlar y ver pelis un rato, pero se veía muy mal el cable. El domingo nos fuimos temprano a la Antigua (eso quiere decir 10:30am), pasamos por unas amigas de Ana, Rosana y Marcela, una es italiana y la otra guatemalteca, así que ella hizo de mi guía. Nos tomó com una hora llegar a la Antigua, estacionamos el auto y ahí nos encontramos con el Embajador de Suiza en Guatemala que nos acompañó en el paseo, nos fuimos caminando por la plaza, fuimos a la catedral, a la nueva y a la antigua, al arco, a la pileta y ahí las chicas se cansaron, había un súper solazo, así que entramos en un restaurante que se llama Fridas y tomamos algo con guacamole. Pero ya no pudimos seguir porque Ana tenía el almuerzo de despedida de una amiga del trabajo que se vuelve a Italia. Hubo de entrada comida árabe (no sé por qué), de ahí sopa de elote y de ahí yo comí solo verduras porque había pollo frito que no como. Había vino tinto y blanco, me dieron a probar martini que no me gustó para nada (me pareció muy dulce) y la conversación fue amena entre todos pero luego se hicieron grupos más pequeños y además todos hablaban italiano y yo no entendía del todo. Había un señor cubano que tocaba en vivo, muy bonito así que bailamos una salsa, pero de ahí como vi que tenían para rato, ya eran las 4:00 de la tarde, me fui a ver la Iglesia de la Merced y los mercaditos que habían por ahí a los que no habíamos llegado en el paseo. Regresé y seguían ahí y nos quedamos hasta las 7:00 que ya insistí un poco porque no me sentía del todo cómoda. Salí a hacer fotos a la playa de noche y a la luna que estaba llena, pero me costó porque no encontraba la función para eso. Al volver, un amigo de los presentes empezó el eterno debate de si el pisco es peruano o chileno, porque había una chica chilena también en el grupo, novia de un profesor del instituto italiano, Francesco, que vive con Ana. Pero fue muy confrontatitvo y no me sentí cómoda, auque él también decía como yo que el pisco, claro, es peruano. Nos fuimos y como ni Ana ni yo habíamos comido bien, aunque el almuerzo fue muy caro, ella pidió una pizza. Estuvimos viendo tele y conversando. En la Antigua también vi que habían varios tours que se podían hacer pero como mucha gente no se siente cómoda en la ciudad y le tiene mucho miedo entonces creo que por eso Ana no planeó algo más, además de que tenía este compromiso. Sí me sentí un poco fuera de lugar pero ya luego lo conversamos y nos entendimos. Cada quien tiene su manera de entender lo que es recibir a alguien de visita y por último a mí me importa mucho más Ana que la ciudad en sí misma. De todos modos creo que ciertas resistencias de clase y otra índole hacen que Ana no se conecte con la ciudad y se sienta también poco contenta ahí. Por eso yo tampoco tuve mucha opción de conocer más porque ella no podía orientarme para hacerlo sola y le daba miedo que lo hiciera de todos modos. El lunes en la mañana Ana no fue al gimnasio porque había tomado mucho el domingo y no se levantó, pero se fue a trabajar igual y yo me quedé poniéndome al día en mails. Fuimos a almorzar en un restaurante que se llama Casa Chapina, comí unos tamales con una hierbita muy rica (me gustaron más que los mexicanos) que se llaman tamal de chipilines, y queso fundido porque todo el resto tenía carne o encurtidos y yo no como ninguna de las dos cosas. Me llamó la atención de que las tortillas que te ponen para acompañar la comida son bien gorditas (como las gorditas). Y también que a todo lo acompañan con una salsita de tomate roja, que estaba rica. Quedamos con Ana que ella iría a su clase de francés, de ahí un rato a la despedida de soltera de su amiga y regresaría para ir a tomarnos unas cervezas como previos de la despedida. Así que nos fuimos al Bar Esperanto (que fue el mismo al que fuimos antes, pero no recordaba su nombre) y estuvimos haciendo planes para seguir estudios y para que Ana me visite en México. Hoy Ana tuvo que ir a trabajar temprano, me quedé trabajando también un rato. Almorzamos en una cafetería llamada San Jorge (que es el equivalente de San Antonio, pero no tiene tanta variedad de sándwiches), lamentablemente no había tamalitos ahí y ya no pude comer más, Analú me había recomendado unos llamados chuchitos también. Será ocasión para regresar, así como par ir a ver los volcanes. De ahí me llevó al aeropuerto, como en Lima no dejan entrar, pero en este caso nisiquiera hay un área donde todos pueden acceder, así que nos despedimos ahí no más en la puerta, con la promesa de vernos pronto, de estar en comunicación y de apoyarnos mutuamente en el aburrido proceso de postular para estudiar en EU. Besitos y besitos para Ana, brujita linda, miau, miau.

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